El respeto a la vida es una interrelación
Reflexiones en torno a "Una trenza de hierba sagrada" de Kimmerer.
Quiero compartir una pequeña-gran reflexión. Y es que me gusta mucho cuando las cosas son, a un tiempo, lo que entendemos que es «uno y su contrario» —cuando lo cierto es que dividimos la realidad en dualidades para entenderla no haciendo otra cosa que seccionarla arrebatándole su campo magnético de sentido. Las cosas son, más allá de nuestro entendimiento, lo que son, lo uno y lo que nosotros, nosotras, llamamos su contrario, porque los contrarios no son más que limitaciones mentales, agregados reaccionarios ante lo que se da y no se puede someter a la razón, a veces incluso convertidas en férreas doctrinas morales de la diferencia.
Quiero hablar sobre el respeto a la vida. El respeto a la vida puede empezar donde uno quiera que empiece, o más seguramente donde uno así lo sienta, pero es una interrelación. “Priorizarse”, ahora tan de moda, no está reñido con lazos de ningún tipo, antes bien al contrario. Cuando empiezas a respetarte, o empiezas a respetar a los demás —y no quiero diferenciar aquí ninguna forma de vida—, el respeto empieza a fluir violentamente hacia todas direcciones. Este pensamiento ha vuelto a mi mente mientras leía Una trenza de hierba sagrada. Saber indígena, conocimiento científico y las enseñanzas de las planzas de Robin Wall Kimmerer, descendiente potawatomi y botánica. Es un libro que me está despertando muchas cosas, y que os recomiendo encarecidamente. Y más concretamente, me está llegando al corazón y al espíritu el capítulo de «La labor de una madre». Y es que la maternidad es un concepto muy amplio, tanto que podría acabar en la mismísima aceptación.
Tenía un problema. Había demasiadas algas. Podía limitarme a sacarlas y amontonarlas. Iría mucho más rápido si no me detuviera a liberar renacuajos de las redes de cada dilema moral. Intenté decirme que mi propósito no era hacerles daño: iba a mejorar las condiciones de su hábitat y ellos serían solo víctimas colaterales. Pero de nada les servirían mis buenas intenciones cuando muriesen en el montón de compostaje. Suspiré, pues sabía lo que debía hacer. La idea de realizar esta tarea, un estanque en el que bañarse, nacía de un impulso maternal. No podía sacrificar a los hijos de otras madres para conseguirlo: al fin y al cabo, ellos ya se estaban bañando en el estanque.
Robin había prometido a sus hijas un estanque en el que bañarse a la hora de mudarse. Les había prometido casas en los árboles, un camino de pensamientos, una habitación morada y un estanque para bañarse. Y se dedicó en corazón a cumplir con su promesa, porque además tiene un concepto precioso sobre las promesas, capaces de agujerear el tiempo para siempre en una comunión imperecedera con otro u otros seres.
Sin embargo, o gracias a ello, dio con un “problema”, conectó con el estanque vivo:
Limpiar un estanque deja sitio en la cabeza para la filosofía. Rastrillar y devolver animales al agua me hizo cuestionarme la nocion de que todas las formas de vida son valiosas, incluso las protozoarias. Sobre el papel, me parece una premisa válida, pero en la realidad la cuestión se embarra en la colisión entre lo espiritual y lo pragmático. Cada vez que sacaba algas, establecía prioridades. Acababa con una serie de vidas breves, unicelulares, solo porque me apatecía tener un estanque limpio. Soy más grande que vosotros y tengo un rastrillo, así que gano yo. No es una manera de ver el mundo con la que esté de acuerdo. Pero eso tampoco me impedía conciliar el sueño, ni me detenía. Era consciente de mis decisiones. Todo lo que podía hacer era actuar con respeto y no desperdiciar esas vidas. Salvar cuantos bichitos pudiera y llevar a los demás al montón de compostaje para recomenzar el ciclo de la vida en la Tierra.
Robin experimentó un bonito salto de consciencia, con lo que lo que a primera vista podía parecer un problema, dejó de serlo. «Sobre el papel, me parece una premisa válida, pero en la realidad la cuestión se embarra en la colisión entre lo espiritual y lo pragmático». Colisión. Espiritualidad. Pragmatismo.
Si cubrimos con un manto sangrado la palabra espiritualidad mientras espolvoreamos de serrín la palabra pragmatismo como si de un vómito se tratara, tenemos un problema. Sin embargo, Robin decidió limpiar aquel estanque después de que un «pequeño y peludo ganso marrón» quedara atrapado en las algas y, tras liberarlo, se pusiera a caminar por encima de ellas:
Hasta ahí habíamos llegado, pensé. Uno no debería poder caminar sobre un estanque. Habría de ser un lugar de acogida para fauna silvestre, no una trampa, y de momento las posibilidades de que alguien nadara en él eran bastante remotas, gansos incluidos. Tras toda una vida estudiando ecología, me parecía que debía ser capaz de, como mínimo, hacer que la situación mejorara. La palabra ecología procede del griego oikos, «hogar». Tenía que ser capaz de utilizar la ecología para darles a los gansos y a mis hijas un hogar mejor.
Robin no partía de un problema, sino de una solución. Y manteniendo sus ojos abiertos, también abrió su consciencia: «Todo lo que podía hacer era actuar con respeto y no desperdiciar esas vidas». No es una vida u otra vida, es respeto a todas las vidas, aun cuando acabas con una vida.
Hace mucho tiempo, mi padre me dijo que si iba a preocuparme por todas las vidas iba a sufrir muchísimo. Él es una persona altamente sensible y sufre muchísimo, y siempre ha pensado en su sensibilidad como un grave un problema —cuando lo cierto es que el problema surge cuando, por temor, se cierra a su gran sensibilidad y esta estalla como una reacción. Yo me hice vegetariana hace diecisiete años, y vegana hace siete. Mientras lo escribo, me sorprendo. Fui una niña, y después una adolescente, que veía los trozos de los animales muertos en su plato en vida. Y no sólo su vida, sino también las vidas rotas de sus seres queridos. Supongo que la sensibilidad de papá, que para más inri también la tenía mamá, la heredé de bruces. Mi madre se hizo vegetariana poco después de que yo diera el paso y mi padre, que siempre ha temido su sensibilidad, solo es capaz de permitirse una reflexión de escasos minutos sobre el tema antes de empezar a sufrir. Porque sufrimos porque problematizamos.
Yo no sufrí más al hacerme vegetariana, ni al hacerme vegana —a pesar de que mis dos alimentos preferidos son los huevos y el queso, además de las patatas (suerte de las patatas (个_个)). Dejé de sufrir. Y esto es algo que se verbaliza muy poco. Atreverme a mirar a los ojos a aquel sufrimiento hizo que dejara de llorar al recrear imágenes e historias en mi imaginación porque me permitió pasar a la acción. Claro que dejando de comer animales en tanto que no los necesito para mi supervivencia no impido que se dejen de masacrar en masa con el fin de que nunca quede un estante vacío en los supermercados, aunque esto suponga tirar a la basura tantas bandejas de trozos de animales muertos próximos a su caducidad antes de su consumo que se traduzca en el lanzamiento de varios animales enteros semana a semana por cada uno de los supermercados del mundo “desarrollado”. Porque esto es lo que sucede. Pero yo ya no lloro desconsolada porque no dejo espacio para la culpa, yo no lo estoy sosteniendo. Es más, desde que soy vegetariana, y especialmente desde que me hice vegana, puedo visualizar las imágenes de esta industria que antes trataba por todos los medios de apartar de mi vista. Y claro que me hacen llorar, pero ahora mi dolor lo transformo en acto. No soy objeto, soy agencia. Y quiero ver, porque quiero saber lo que está pasando para poder actuar en consecuencia. Se acabó el autoengaño y se acabó el sufrimiento.
No se trata tanto de sentirlo todo como de verlo. Mi padre sufre porque no quiere herir a ningún animal, pero mantiene creencias por las que considera que no le queda otro remedio. Lo cierto es que cuando de verdad no queda otro remedio duele, pero no se sufre. Se entiende, se asume. Es una sensación muy diferente.
Hoy quiero brindar por el respeto a la vida, aún a pesar de otras vidas.
Hace no tanto escribí:
Los lakota sioux consideraban que al morir el alma había de pasar por un camino donde se encontraban las almas de todos los animales que habías matado. Esas almas eran las que decidían tu destino. Ellos cazaban por necesidad y nunca lo celebraban; pedían perdón. Nuestros cazadores dicen que es peor comprar animales muertos en los supermercados y no les falta razón, pero peor es hacer las dos cosas como ellos hacen. Lo más digno, desde luego, es que si vas a comerte a alguien seas tú quien le des muerte. Pero si no lo necesitas, carece de todo el sentido. Y lo inconsciente, dado el entorno sociocultural en el que vivimos imbuidos, no lo hace menos cruel.
Si escuece, es porque hay amor por la vida y una potencia inmensa latiendo en nuestro interior. Antes que intentar reprimirlo, celebrémoslo.
Un abrazo inmenso,
Estela
me ha encantado amiga, es verdad que cuando entras en contacto con la naturaleza y empiezas a alterarla, te das cuenta de todo lo que está conectado… es una pasada. Yo también he tenido remordimientos al tratar plagas, por ejemplo. Ser capaces de mantener el ciclo es fundamental 🙏🏼